viernes, 27 de noviembre de 2015

DEMOCRACIA INTERCULTURAL COMO SOLUCIÓN A LA DISCRIMINACIÓN


Cuando hay prejuicios de raza, identidad étnica,
 nacionalidad o cultura, hay discriminación y hay violación a 
los derechos humanos fundamentales en medio de 
comunidades que no tienen un estatus político o jurídico
 como lo es la ciudadanía particular que les permita 
defenderse y reclamar.


Estos prejuicios son difíciles de perseguir con la justicia y de 
erradicar de la sociedad, lo que conlleva a un fenómeno de
 marginación económica y política.

La erradicación de la discriminación requiere, entre las 
medidas más importantes e inmediatas, del desarrollo de 
una Política de Estado que a la misma vez combata la 
discriminación y promueva la diversidad como una condición 
del desarrollo con equidad y de la plena vigencia de los 
derechos humanos.


En veinte años de operaciones el Instituto Interamericano de 
Derechos Humanos ha consolidado una estrategia de 
promoción activa de los derechos humanos basada en la 
priorización de tres ejes temáticos y tres enfoques 
transversales. Los tres ejes temáticos son: educación en 
derechos humanos, acceso a la justicia, y participación 
política. Los tres enfoques transversales: la perspectiva de 
género, el reconocimiento de la diversidad étnica y la 
necesidad de la participación de la sociedad civil.


La aplicación de los tres enfoques transversales significa el
 reconocimiento de la realidad regional y la oficialización de 
una postura que desde hace varios años permea las 
diferentes iniciativas surgidas en el seno del IIDH (Instituto 
Interamericano de Derechos Humanos), a partir del principio 
rector de fortalecer la universalidad desde la especificidad y 
promover la igualdad desde la diversidad.


Una propuesta para desarrollar y 
mitigar la discriminación a nivel 
mundial es: Promover una 
democracia intercultural. 

La discriminación es también el 
reflejo de la desigualdad económica y 
la inequidad política; porque la discriminación es una 
cuestión ligada a la distribución de la riqueza y el ejercicio 
del poder, cuya práctica contribuye al mantenimiento de la 
exclusión social y la justifica.

La discriminación no es un signo de falta de desarrollo, es un
signo de falta de equidad; dicho de otro modo, un desarrollo
 inequitativo no contribuye a erradicar la discriminación, sino
 que la agrava en la misma medida en que hace más 
profundas las brechas de la desigualdad.

Tal como lo ha propuesto recientemente la CEPAL al 
formular la estrategia de Transformación Productiva con 
Equidad (TPE), el desarrollo es un asunto ligado al 
crecimiento, pero también a la distribución y a “la integración 
social del sistema a través de una “ciudadanía moderna” y 
activa, que de cuenta,  por un lado, de la diversidad y la 
multiculturalidad, y por otro, del pleno disfrute del derecho a 
desarrollar sus identidades propias a los distintos grupos 
sociales que componen el tejido social de la región” (A. Bello 
y M Rangel, op. cit). Tal “ciudadanía moderna” implica “... la 
existencia de actores sociales con posibilidades de 
autodeterminación, capacidad de representación de 
intereses y demandas, y el pleno ejercicio de sus derechos 
individuales y colectivos jurídicamente reconocidos. Sin ello 
resulta vano hablar de construcción de consenso, de 
sociedad integrada o de sistemas democráticos estables” 
(Ottone citado por Bello y Rangel; Ibíd.).


Como lo señala el IIDH en una reflexión institucional (Visión
 sobre los Derechos 
Humanos y la Democracia y 
sobre su Misión; IIDH, San 
José, 1998), en las pasadas 
dos décadas las sociedades 
de la región han dado pasos 
muy importantes para 
derrotar el autoritarismo y recuperar el Estado de Derech
o. Los logros más importantes son evidentemente el 
establecimiento de mecanismos electorales técnicamente a
decuados y la emergencia de una cultura que condena el 
golpismo y la corrupción. Sin embargo estamos frente a una 
democracia que todavía es insuficiente porque, entre otras 
razones, es poco inclusiva de la diversidad social y cultural y 
no consigue evitar que se agrave cada día más la exclusión 
y la marginación social.

En nuestras sociedades signadas por la diversidad étnica y 

cultural, con una movilidad territorial (interna e internacional)
 crecientes y con graves fenómenos de desplazamiento en 
algunos países y regiones, hace falta una democracia más 
inclusiva, que garantice el derecho a la participación de los 
diferentes y por tanto combata la discriminación y contribuya 
a reducir la desigualdad; una democracia que se enriquezca 
con las perspectivas de la diversidad cultural.


Se trata entonces de 
desarrollar un modelo de 
democracia que 
efectivamente proteja los 
Derechos Humanos 
y  promueva la participación 
de la sociedad como una 
poliarquía, esto es un 
sistema en el cual el poder 
esté distribuido y tal 
distribución tiene significado 
para todos los ciudadanos y ciudadanas, en tanto les permita 
ejercer los derechos a tomar parte en las decisiones que 
afectan a la colectividad, exigir la debida atención de sus 
demandas, participar en el control de la legalidad y  del 
ejercicio de la autoridad (la rendición de cuentas), y 
organizarse y actuar autónomamente en tanto sociedad civil 
(Ibíd.). 


Una democracia intercultural, basada en una política de 
Estado que contemple la perspectiva de género, de los 
pueblos indígenas y otras identidades culturales particulares
, de los niños y de otros sectores vulnerables o relegados; 
más aún, dada la acumulación histórica de esta marginación 
una política democrática debería contener acciones 
afirmativas para contrarrestarla.


Pueden visitar esta pagina en SoundCloud para que escuchen algunas entrevistas:
https://soundcloud.com/jennyfer-c-rdenas/opiniones-sobre-la-discriminacion

Referencia:
Roberto Cuéllar. (IIDH) Una Política de Estado para 

Combatir la Discriminación y Promover los Derechos
 Humanos